La frase del día

sábado, 24 de septiembre de 2011

-Once segundos




Ese es el tiempo que duraba cada día el trayecto de ascensor que disfrutaba con mi vecina.

Volvía con mi vecina, que vivía en la puerta de enfrente de mi mismo rellano, de dejar a los niños en el colegio, los dos teníamos un par de chavales de la misma edad, y era algo que hacíamos casi todos los días laborables.

—Es una pena que una obra de arte como tú —solté de sopetón—, tenga una sola persona que la disfrute.

Me había costado tres meses atreverme a decir esa frase, y era lo mejor que se me había ocurrido, no soy muy creativo, lo sé, pero quería mostrar mi interés sin ser grosero, y que tuviera la oportunidad de ignorarme o interpretarlo de otra manera.

—Será que no me miras todo lo que quieres, que me pegas cada repaso con los ojos… ¿Te piensas que no me doy cuenta?


Estaba respondiendo bien, no se había sentido indignada ni enfadada, en ese momento me quedé sin palabras, no dije nada, no quería estropearlo, y habíamos llegado al portal del edificio donde vivimos. Abrí la puerta de la entrada, era de aluminio con vidrios esmerilados de colores chillones, la mantuve abierta como los toreros mantienen el capote ante el toro, esperando el roce de un pezón que no se produjo, pues mi vecina maniobró con habilidad para evitarlo. Dejé que subiera delante de mí los ocho peldaños que llevaban al descansillo donde estaba el ascensor, embobado con su movimiento de caderas, la falda negra que le llegaba hasta las rodillas insinuaba un bonito culo en un cuerpo que sin ser perfecto, era equilibrado y sensual. Subí rápidamente los peldaños para adelantarla y abrir la puerta del ascensor, ahí si que conseguí el roce deseado, haciendo como que no me daba cuenta y entrando a la vez que ella en el pequeño habitáculo, nuestros cuerpos chocaron frontalmente.

—Vecino, vecino… —me dijo con retintín— ten más cuidado, que no tengo dinero para ponerme unas nuevas.

—Perdona, ha sido sin querer. –dije mientras pensaba que era la primera vez que sentía esos pechos, eran más blandos de lo que me esperaba y se hundieron bajo la presión.

Llevaba un sujetador fino con poca sujeción, que dejaba que los pechos cayeran de forma natural y se marcaran nítidamente en la blusa blanca.

El edificio entero era un compendio del mal gusto, el vestíbulo con azulejos floreados y el ascensor con paredes rojas y un espejo en uno de los paneles estaba a juego con el conjunto.

Tras once segundos de recorrido, llegamos a nuestro piso. Intenté repetir lo de antes, pero me vio venir.

—Anda, sal tú primero, que yo puedo sola.

Aún así me sentí eufórico, había avanzado muchísimo ese día, no parecían molestarle mis burdos intentos de tirarle los tejos, y la había rozado, suficiente para una paja gloriosa en la intimidad de mi cuarto de baño.

Los hombres debemos de estar hechos de deshechos, porque tenía en casa a una mujer divina, que posiblemente fuera incluso más guapa que mi vecina, a la que tenía acceso cuando quisiera, y con la que las fantasías se hacían realidad, y me obsesionaba como un tonto con otra a la que casi ni conocía, no parecía algo muy normal.

Cada día iba subiendo el tono de mis ataques poco a poco, y ella no se escandalizaba, juraría que hasta agradecía mis atenciones.

—Cada día estás más guapa, ese suéter verde te hace unos pechos preciosos, la forma en que la tela se adhiere sobre ellos hace que resalten como joyas.

—Gracias vecino, pero deberías de fijarte más en los que tienes en casa, que encima son más grandes.

—Es que los tuyos tienen una forma de pera que me ponen cachondo.

—No te emociones, que se miran pero no se tocan.

—Qué desperdicio –dije resignado pero de forma jovial, mientras ella me sonreía.

Ya estábamos frente al portal, y abrí la puerta. Esta vez me rozó con un pezón en un brazo, quise pensar que fue de forma intencionada. En el ascensor me atreví a arrimarme a ella y dejé que mi pene erecto rozara sus nalgas, la sensación a pesar de la tela de mi pantalón y de su falda fue de lo más excitante que he sentido nunca, esperaba una bofetada o un empujón, pero no pasó nada, que once segundos más maravillosos con mi pene hinchado palpitando en su culo. Al llegar a casa fui corriendo al baño y descargué la tensión acumulada.

Mi vida giraba en torno a esos breves momentos, esperaba con ansiedad los diez minutos de vuelta a casa desde el colegio, con conversaciones cada vez más picantes, y los once segundos del ascensor que remataban las conversaciones previas.

—¿Sabes que casi todos los días cuando llego a casa me masturbo pensando en ti? –dije mientras caminábamos hacia casa.

El silencio se hizo opresivo, ella ni me miro, estuvimos dos o tres minutos sin decir nada, yo caminaba mirando al suelo, igual me había pasado y había cruzado la línea de lo que me iba a permitir, estaba angustiado, no quería perder estos ratitos, y estaba pensando en la forma de arreglarlo. Ya teníamos la horrible puerta de colorines a la vista, y no se me ocurría nada.

—¿Te masturbas? ¿Pudiendo echar un polvo con tu mujer? –Preguntó sorprendida— ¡Que raritos que sois los hombres!

Ya habíamos llegado al portal y había otros vecinos, uno de ellos subió con nosotros en el ascensor, ese día el tema se quedó ahí, y lo peor es que era viernes, la espera hasta que llegara el lunes iba a ser insoportable.

El lunes estaba como un niño en su primer día de colegio, nervioso y sin saber como reaccionaría ella. La busqué con la mirada en la puerta del colegio después de dejar a mi hijo, pero no la vi, era su marido quien había llevado al niño ese día, al cual saludé torpemente. Volví a casa cabizbajo y triste, se había acabado, me había pasado y lo había estropeado todo, era normal que no quisiera volver a coincidir conmigo más.

Pero el martes la volví a ver entre el gentío de padres y madres que despedían a sus hijos, no me lo esperaba y el corazón se me aceleró. Rápidamente me puse a su lado y empezamos a caminar lentamente hacia casa.

—Lo dejamos en que te masturbabas pensando en mí ¿No? –soltó de forma inesperada.

—Sí, ni te imaginas la de veces que pienso en ti.

—Es halagador, una ya tiene su edad, y el que despierte pasión y deseo en un hombre atractivo como tú, que encima tiene una mujer fantástica, me rejuvenece.

—¿Podíamos ir un día a tomar algo discretamente? –Pregunté lanzando una carga de profundidad que podía estallarme en la cara, pero sentía que debía de hacerlo.

—Mira vecino, eso no va a pasar nunca, estamos casados y somos mayorcitos, una cosa es un inocente flirteo o unos leves roces, y otra es lo que propones, confórmate con el trayecto del ascensor, no va a haber nada más, si no te parece suficiente, lo siento, pero de ahí no vamos a pasar jamás, nunca, quiero que te quede muy claro.

—Tu mandas –dije claudicando— acepto tus condiciones.

Mi cerebro trabajaba rapidísimo, y si había sabido leer bien entre líneas, tenía los once segundos del ascensor en los que tenía vía libre, aunque igual la había interpretado mal y no había querido decir eso. Pronto saldría de dudas.

Al acercarnos al portal, sentí como me echaban un jarro de agua fría por la espalda, otra vecina iba a coincidir con nosotros, y no estaríamos solos en el ascensor, no podía perder mis once segundos, no tendría otros hasta el día siguiente y los necesitaba ahora, me agaché como si me estuviera atando los cordones, haciendo tiempo hasta que el portal quedara vació, ella se detuvo a mi lado. Cuando me levanté, ella soltó una carcajada sincera y sonora, yo la miré avergonzado, pues debían de haberse notado mucho mis intenciones.

—¿Cómo te puedes abrochar los cordones de unos zapatos que no los tienen?, Ja, Ja, Ja.

Estaba claro que la imaginación no era lo mío, pero habíamos conseguido llegar al ascensor solos. En cuanto las puertas se cerraron me puse a su espalda e introduje mi mano bajo su falda apoyándola en la parte interna de su muslo, la deslicé suavemente recorriendo su piel y las finas braguitas, hasta sentir su pubis en la palma de mi mano mientras mi pene erecto presionaba sobre sus nalgas, bajé mis dedos hasta su vulva y una ligera humedad me dijo que ella también lo disfrutaba, una fugaz mirada al espejo me mostró sus pezones duros. Y… me separé rápidamente al oír el CLAK de la parada del ascensor, once segundos no daban para mucho. Pero me alegraba de haber sabido interpretar sus palabras correctamente.

En días sucesivos seguimos disfrutando de nuestros breves pero intensos momentos, intenté forzar ligeramente las reglas de nuestro acuerdo, pulsando el botón del ático para tener más tiempo, pero me dejó claro que no lo permitiría, otro día intenté parar el ascensor entre dos pisos con el botón de emergencia, pero tampoco me dejó. Las reglas eran estrictas, me dejaba hacer lo que quisiera pero sólo en el trayecto oficial. No podía salirme de ahí. Llegaba a mi casa con un calentón increíble, y mi mujer a esa hora ya estaba trabajando por lo que el alivio siempre era manual.

Un día mientras volvíamos como siempre, andando tranquilamente, le dije.

—Yo estoy siguiendo tus normas a rajatabla, pero tú podías poner un poquito de tu parte.

—¿No te gusta nuestro acuerdo? Si quieres lo anulamos.

—No vecina, me encanta lo que tenemos, pero es que el trayecto es tan corto, y con tanta ropa no da tiempo a casi nada.

—¿Qué pretendes? ¿Que vaya a llevar al niño al colegio sin bragas? –preguntó sorprendida.

—Pues sería un detalle, y ahora es buena época, antes de que llegue el frío.

—Ja, Ja, eres insaciable, ya veremos, a lo mejor si algún día me levanto calurosa…

Ese día antes de entrar en el ascensor, yo ya me había desbrochado el botón del pantalón y bajado la cremallera, por lo que en cuanto la puerta se cerró, dejé mi polla erguida al aire y busqué su mano, colocándola sobre ella, hice un par de movimientos para que supiera lo que quería, y ella me masturbó durante unos segundos, hasta oír el CLAK de la parada, las puertas interiores que se habrían lentamente nos daban unos tres segundos adicionales, que siempre usábamos para dejarlo todo en orden de revista. Tenía tal dolor de huevos que pensé incluso en ir a buscar a mi mujer al trabajo, y echarle un polvo en el servicio, pero no me pareció buena idea, y acabé de forma manual como otras veces.

Al día siguiente mi vecina estaba contentísima, desbordaba buen humor, andaba hasta con alegría. Volvíamos hacía casa y me dijo:

—¿Sabes que ser leer el futuro?

—¿Es broma no?

—No, soy muy buena, déjame la palma de la mano y te lo demuestro.

Le ofrecí la palma de mi mano un tanto confuso, no conocía esa faceta de pitonisa de mi vecina.

—Veo… —dijo imitando una voz de ultratumba— Lujuria, placer, deseo, y veo que esta mano en un futuro inmediato agarrará un trozo de carne cilíndrica para agitarlo rápidamente hasta extraer su esencia, que vendrá en ráfagas.

—Hoy estás sembrada, no me hace ni pizca de gracia que te rías de mí –dije aparentando estar indignado, aunque realmente me había hecho gracia la broma.

—Es que con tanto calor el cerebro se me reblandece, tengo unas ganas de que llegue el frío…

Busqué las marcas de la ropa interior en la falda de punto elástico que llevaba, pero no las vi, aunque no podía estar seguro, ahora con estas nuevas braguitas sin costuras, costaba un montón verlas, aunque mi pene ya daba por hecho que no las llevaba y se había preparado por su cuenta. Decidí tantear el terreno.

—Con el calor a veces las cosas se resecan, y en seco hay cosas que no son agradables –dije con picardía.

—Soy como los dromedarios, que siempre llevan una reserva de humedad guardada donde es necesaria, hasta en los climas más desérticos.

Ya no tenía ninguna duda, hoy me la follaba por fin, iba sin bragas y estaba mojada y excitada, por lo que entraría sin dificultad.

En cuanto entramos en el ascensor, puse una mano sobre su barriga atrayéndola hacia mí, mientras con la otra le empujaba la cabeza para que apoyara sus manos en el espejo, quedó doblada en la postura que quería, le levanté la falda rápidamente, y dirigí mi polla que ya tenía fuera hacía ese coño jugoso que rezumaba fluidos, la apoyé buscando la entrada, y de un golpe brusco la metí sin encontrar ninguna resistencia hasta el fondo y mientras le estrujaba las tetas entraba y salía rápidamente con rabia contenida, chapoteado por la cantidad de fluidos. ¡CLAK! Tres segundos para poner pose de aburrimiento, que ella estropeó al salir y ver que no había nadie, mordiéndose el labio con lascivia, ella también se ha quedado con ganas de más.

Ese día me quedé peor que nunca, pero también fue la mejor paja que me he hecho, pues mi miembro estaba impregnado con sus fluidos y sus olores.

Como disfrutaba de esos once segundos, era nuestro juego, en el trayecto oficial, si no hacer trampas, me permitía todo lo que se me ocurriera, aunque nunca más volvió a ir sin bragas, creo que se arrepintió de su audacia, que sentía que había ido demasiado lejos, por lo que nunca más se repitió el minipolvo de ese día. Pero yo lo rememoraba una y otra vez, con la obsesión de acabarlo, de poder correrme dentro, y en mis sueños lo hacía.

Un día mientras subíamos, le acariciaba los senos dulcemente, sí, no todos los días era algo desenfrenado, había algunos en los que sólo había roces, caricias... la luz se apagó, y el ascensor se detuvo bruscamente entre dos pisos, al momento se encendió la tenue lámpara de emergencias. Giré a mi vecina para verle la cara, y vi que estaba asustada, no de mí, ni de la semioscuridad, sino de ella misma, la besé en los labios dulcemente mientras apoyaba las palmas de mi mano en su cuello, nuestras lenguas se acariciaban, exploraban dulcemente nuestras bocas. Mi mano bajó hasta su muslo, que acarició con dulzura, subiendo lentamente hasta topar con la cinturilla del tanguita del que tiré y enrollé en mis dedos con cuidado de no romper nada, separé mis labios para poder mirarla a los ojos, y ella asintió sin palabras. En un gesto brusco tiré y desgarré el frágil tanguita, ella se estremeció y me abrazó con fuerza. Dejé que mis pantalones y boxer cayeran hasta los tobillos y liberé una pierna para poder moverme con facilidad, enrollé su falda en la cintura, y mis manos tiraron de sus nalgas para que su pubis presionara sobre mi polla hinchada. Nos besamos como si nos fuera la vida, con ansia, ella me clavó las uñas en el culo y tiró de él con fuerza hacía ella, quería sentirme dentro, lo veía, la levanté de las nalgas y la apoyé en la pared del espejo con brusquedad, ella me abrazó con sus piernas, mi pene buscaba ese coño que me necesitaba, la presioné sobre el espejo y mientras la sujetaba con una mano, con la otra guiaba el miembro a la entrada húmeda, la mano introdujo la punta, y agarrándola con fuerza del culo, la penetré todo lo bruscamente que pude, ella soltó un gemido de placer, afuera se oían voces de gente que oía nuestro ruidos, pero a esas alturas nos importaba una mierda todo.

Sus piernas entrelazadas sobre mí me apretaban fuertemente, yo entraba y salía de su cuerpo con rapidez y violencia, el ascensor se movía produciendo crujidos que iban acompasados con mis embestidas, ella me tiraba del pelo mientras gemía, me clavaba las uñas espoleándome a que siguiera, ya no creía poder aguantar mucho más, pero gracias a dios ella empezó a jadear rápidamente y supe que iba a llegar, que la iba a hacer gozar, sentí su cuerpo tensándose y la relajación posterior al orgasmo, me corrí poco después y dejé caer mi peso sobre ella, rompiendo el espejo. Fue un final apoteósico.

Cuando volvió la luz nos adecentamos y fuimos a nuestro rellano, rezando para que no nos viera nadie salir, hubo suerte y no había nadie. Estos once segundos habían sido los mejores de todos. Entré en casa y mi mujer me estaba esperando con una sonrisa, ese día era fiesta local en el municipio donde trabajaba.

—¿Ha merecido la pena? –preguntó ella.

—Mucho, te debo una muy grande, has cortado la luz en el momento justo –dije mientras la besaba cariñosamente, sabiendo que tenía una mujer fantástica.


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