Han pasado unas dos semanas, y nuestras tres mujeres de «La vendedora de
quesos» están sentadas otra vez en la terracita del bar de Paco, un sencillo
bar de barrio, sin ningún tipo de pretensiones, pero ubicado en una bonita
rambla con árboles frondosos, por donde tarde o temprano todos los vecinos
gravitamos hacia allí.
—Andrea, ¿de verdad te crees que Pepe compró los quesos sin más?
—Mira Puri, no metas más cizaña, compró unos quesos y ya está, yo le creo,
no todos son tan golfos como tu marido.
—Andrea tiene razón, no lo menees más, y encima tú vas y perdonas al cabrón
de tu Manolo al día siguiente, al menos podías haberle dejado sufrir un poquito
más –dijo Julia.
—Y limpia a menudo la mesa donde los pillaste, que parece que atrae el
polvo –dijo burlonamente Andrea mientras Julia soltaba una carcajada.
—Sois unas malas pécoras, no sé ni porqué hablo con vosotras.
—Anda Puri, que es broma, no te enfades –dijo dulcemente Andrea.
—Lo peor es que Manolo tiene razón, lo tengo abandonadito.
—¿No hay tracataca? —preguntó Andrea.
—Sí hija, pero dice que siempre es lo mismo, que yo me tumbo y le dejo que
haga.
—Pues lo que hacemos todas ¿No? ¿Qué más quiere que hagas? ¿Que
cantes? —dijo Julia.
—Pues quiere que se la chupe, quiere sexo anal y también quiere… quiere
chupar mi...
—¡Eso son cosas de putas! —gritó sorprendida Julia—. ¿Pero por quién
te ha tomado ese imbécil?
—Mujer… tampoco es eso, hay gente que lo hace –dijo Andrea
tímidamente en voz baja.
—Sí, las putas —sentenció Julia.
—Pues tengo que hacer algo, porque sino mi Manolo se irá con otra con
la mente más abierta.
—¿Tú has hecho algo de eso Andrea? –preguntó Puri.
—Bueno… un par de veces por el culete —susurro de forma casi inaudible.
—¿Con Pepe?
—No mujer, no ves que se casó conmigo, fue con un novio que tuve antes.
—Cuenta, cuenta, eso tiene que doler ¿no?
—No, no mucho, despacito, con mucha crema, no dolió, pero tampoco me gustó,
eso sí, él disfrutó una cosa bárbara.
—Hija pues si no duele y le haces pasar un buen ratito, tampoco es tan malo
¿no? —preguntó Puri.
—Estáis diciendo unas cosas… es que no os reconozco, ¡Que somos decentes! —exclamó Julia.
—Pues yo me voy al sexshop del barrio y que me den lo necesario, ¿Te vienes
Andrea? —preguntó Puri levantándose de la silla.
Julia se quedó en la mesa viendo sorprendida como sus amigas se iban diciendo adiós con la mano.
—¿Habías ido antes alguna vez? —preguntó Puri mientras caminaban agarradas del brazo.
—Claro cariño, yo conozco a la dueña, y es un mujer estupenda, pero es que
hay cosas que delante de Julia es mejor callarse, es más antigua que la rueda.
Ese sábado en casa de Puri, había prevista fiesta. Manolo, un tipo menudo y
delgadito, se duchó, se afeitó y se perfumó. Llevaba toda la semana esperando el
momento. Puri le había pedido que esperara en el salón mientras se preparaba.
—Manooolo, ya puedes venir —gritó Puri con voz cantarina desde la
habitación.
A Manolo casi se le saltan los ojos cuando vio a su mujer desnuda, con sus
pechos enormes, con su barriga prominente, sus anchos muslos, y en su cadera un
ancho cinturón, del que a la altura de su pubis emergía un pene enorme de
látex.
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Al día siguiente en la terracita del bar de Paco, Puri y Andrea estaban a
solas sorbiendo unas horchatas.
—¿Cómo fue la experiencia? Cuenta, cuenta…
—Fantástica, al principio me costó un poco sujetarlo, hacía como si no
quisiera, pero me lo pasé genial. Aunque creo que le dolió bastante más de
lo que nos dijo la dueña del sexshop. No se por qué tiene tan mala fama el sexo
anal, si es divertidísimo.