30 años.
Hay
gente que no sabe por qué la vida que lleva no es lo que esperaban, yo tengo la
desgracia de saber exactamente cuando y como, la mía empezó a rodar cuesta abajo
y sin frenos. La de veces que he soñado con volver a ese momento, para actuar
de otra manera, y evitar así, todas las desgracias que se desencadenaron
después.
Tendría
sobre los dieciocho años aquel fatídico día, en el que mi vida cambió
totalmente, y era feliz, sí, feliz con mayúsculas, buen estudiante, buen
deportista, montones de amigos, un carácter abierto y jovial, y todo eso,
rematado con un buen físico en el que lo único negativo, era una nariz
ligeramente desviada, pero que en vez de afearme, me daba un aire de chico duro.
Era un líder nato, una persona de fuerte carácter a la que la gente seguía, sin
saber por qué lo hacía.
Pero
en un instante todo cambió, pasé de ser un triunfador a estar en prisión, acusado de violación y
asesinato, esperando pasar el resto de mi vida en una reducida celda, privado
de libertad.
15 años.
Estábamos
jugando a fútbol en el patio del colegio, la pelota salió fuera del campo de
juego, y cayó en las vías del tren, protegidas por una valla alta, no se veía
donde había caído el balón, pues la maleza tapaba la visión completamente.
—Anda
Pedro, salta la valla tú, que eres más ágil. —me dijo un amigo.
—Ya
estoy harto, a ver si os espabiláis, ésta es la última vez que voy, la próxima
vez, que vaya el que la tire, y si no puede saltar, que de la vuelta.
La
verdad es que me gustaba exhibirme delante de las chicas que estaban mirando,
que vieran la facilidad con que subía hasta una altura de tres metros para
deslizarme ágilmente hacía abajo por el otro lado fundiéndome con la maleza.
Tenía
la pelota ya en la mano cuando vi a la chica fea del colegio, estaba rodeada por cuatro
jóvenes mayores que yo a los que no conocía de nada. La cosa tenía mala pinta,
la tenían coaccionada y asustada.
A
ella la conocía de vista, creo que iba un curso por debajo mío. No se
relacionaba con nadie, era el blanco de todas las burlas, era alta, desgarbada,
con los dientes torcidos, siempre con unas gruesas gafas de pasta marrón, y
totalmente plana de pecho, realmente era poco agraciada. Como me temía, la
tiraron al suelo y mientras tres la sujetaban, uno de los chicos empezó a
quitarse los pantalones. No pintaba bien, no.
No
podía hacer nada, eran más que yo, más grandes, y seguramente con más mala
leche, pero no podía irme como si no hubiera visto nada, ni podía avisar a
nadie. No sabía que hacer. El chico que se había quitado los pantalones, se
acercaba a ella con un pene erecto como no había visto en mi vida, ella estaba
aterrorizada.
—¡Dejadla
en paz! –grité saliendo donde podían verme sin saber bien por qué lo hacía.
Ellos
me miraron sorprendidos, y se aseguraron de que no había nadie más conmigo.
—¿Quién
te crees que eres tú para darnos órdenes?
—Yo
no… yo…
Ya
me tenían rodeado y realmente estaba muy asustado.
—«Pringao»
de mierda, vas a aprender a no meterte donde no te llaman –dijo uno mientras me
daba el primer puñetazo en toda la cara.
Fue
el primero de los muchos que recibí, ni los veía venir, no tardé en caer al
suelo donde siguieron dándome patadas e insultándome, lo único bueno es que la
chica aprovechó que estaban «jugando» conmigo y se escapó corriendo.
Pasé
varios días en el hospital con la nariz y varias costillas rotas, un brazo
dislocado, y hematomas hasta debajo de los párpados.
20
años.
Me
esperaba una larga condena por violación y asesinato, y eso eran palabras
mayores, me aplicarían la pena máxima que permitiera el código penal vigente,
mi abogado de oficio no mostraba el más mínimo interés en mi caso, daba por
hecho que era culpable de todo lo que acusaban, y me miraba hasta con
desprecio, intenté cambiarlo por otro más receptivo, pero no pude, no tenía
dinero. Ya llevaba dos años sin libertad, y aún no había tenido un juicio. Lo
que más me dolía era que mis amigos resultaron no serlo, nadie vino a verme,
nadie se interesó por mí. Sólo mis padres me apoyaron en mi doloroso vía
crucis. Creo que eso me cambió el carácter y me volvió más reservado.
18 años.
Serían
las tres de la madrugada cuando dejé el coche de mis padres en el parking, era
la primera vez que me lo dejaban de noche, pues acababa de sacarme el carné de
conducir, al bajarme di una vuelta alrededor de él, y comprobé que estaba
perfecto, objetivo cumplido, no tenia rallas ni bollos. Venía de fiesta, con el
puntito de alegría que da el alcohol, pero no iba borracho. Una mujer de unos
treinta años, parecía tener problemas con un BMW serie 7 recién sacado del
concesionario, un coche espectacular, me acerqué a ella.
—¿Puedo
ayudarla?
—Te
lo agradecería, es el coche de mi marido, y no se como van las marchas, el mío
es automático. –dijo mientras me mostraba una sonrisa que me dejó hipnotizado.
Salió
del coche y no pude dejar de admirarla, era una rubia exuberante, con unos
pechos enormes bajo una holgada camiseta negra muy escotada con ribetes
plateados, que mostraba más que tapaba, iba sin sujetador y con una falda
también negra que no le llegaba a la rodilla, y olía… Dios… olía como los
ángeles, me senté en el asiento del conductor y ella se sentó en el del
acompañante, intenté explicarle el uso del embrague y como se introducían las
marchas, pero ella me miraba fijamente, parpadeando con una sonrisa pícara.
Sabiendo
lo que ahora sé, ahí es cuando debía de haber salido corriendo, pero como no lo
sabía y tenía dieciocho años, las hormonas revolucionadas, y hacía mucho que no
echaba un polvo, me quedé allí, dejando que me desabrochara los pantalones y
haciendo con mi polla empalmada todo lo que yo le explicaba en la palanca de
cambios.
—Primero
para adelante, ¿No? Después para atrás,
¿Así?, y luego subo, muevo a la derecha y vuelvo a subir, ¿Lo hago bien?
Mientras
me manoseaba el miembro, se inclinaba sobre mí, dejando a la vista unos pezones
que se adivinaban duros, su perfume me embriagaba, subía y bajaba la mano que
apretaba mi polla muy lentamente, muy despacio, de una forma tan sensual, que
me estaba haciendo la mejor paja de mi vida. Dejé de hablar y cerré los ojos,
sentí el lametazo de una lengua en el glande, luego otro, una lengua ensalivada
serpenteaba arriba y abajo, era como una tortura, esos golpes delicados, ese
deslizar furtivo que insinuaba un contacto que a veces se producía y a veces no,
esos dedos rozándome el vello del escroto sin llegar a tocarlo. Hasta que unos labios abrazaron la punta y
presionando fuertemente, fueron deslizándose con suavidad hasta el fondo, hasta
sentirlos en mis huevos, mientras todo mi pene encajaba en una garganta húmeda
que lo excitaba hasta lo inimaginable. Esto último lo repitió tres o cuatro
veces, si lo hubiera hecho una vez más… retiró la boca y pasó a acariciarme los
testículos con sus dedos.
—¿Te
gusta? –preguntó dulcemente.
Yo
sólo asentí con la cabeza, en un estado casi de trance, no me salían las
palabras, nunca me habían hecho una mamada de ese nivel.
—Ahora
viene lo bueno, esto sólo era un aperitivo –añadió mientras buscaba algo en su
bolso.
16 años.
Me
había recuperado bien de la brutal paliza, la única secuela que me quedó fue la nariz torcida, volvía a ser el
chulito de siempre, presumiendo delante de las chicas de mis habilidades
físicas, contando chistes, haciéndome el gracioso, y seguía siendo el chico más
popular del colegio, la paliza recibida aún aumentó más mi aureola de tipo
guay, bueno, la verdad es que en la versión que yo contaba, eran al menos diez
los gamberros que atacaban a la chica y conseguí dejar fuera de combate por lo
menos a seis, antes de que me superaran,
permitiendo que ella huyera, no involucré nunca a la chica de pelo castaño de
las gafas, contaba que fue una desconocida.
Casi todo los días coincidía en un momento u otro con ella en el colegio,
pero nunca llegamos a entablar una conversación, cuando nos cruzábamos, nos
sonreíamos tontamente, como dos personas que comparten un secreto. Creo que
cuando jugaba al fútbol, ella me miraba con cara de adoración, como si fuera su
héroe, pero no puedo estar seguro. Ella nunca se atrevió a decirme nada, ni yo
a ella.
18 años.
La
rubia desconocida sacó un condón de su bolso, cuyo envoltorio rasgó para
extraerlo de forma ceremoniosa, se lo colocó en los labios, y apoyándolos en mi
glande fue haciendo presión hasta desenrollarlo por completo sobre mi pene,
hasta que sus labios volvieron a rozar mis huevos. No pensaba que pudiera ser
tan placentero algo tan poco erótico como colocarse un preservativo. Salió del
coche y abrió mi puerta, y mientras con una mano la sujetaba, con la otra se
subió la falda dejando a mi vista un pubis recortado y cuidado, con un fino
vello rubio que me excitaba, ¡No llevaba braguitas!, yo pensaba que se iba a
romper el preservativo de la presión. Me tendió la mano, y me hizo pasar a la parte
trasera, me dirigió hasta sentarme en el borde del asiento, mientras ella se
arrodillaba sobre él, apoyando sus nalgas en mis rodillas. Puse mis manos en su
culo y noté una piel suave y aterciopelada, ella estiró el escote de la
camiseta hasta llevarlo por debajo de sus hermosos senos que quedaron a la
vista, erguidos y apretados por la presión de la tela, dos hermosos pezones me
apuntaban. Mi polla palpitaba, el pulso se me aceleraba, salivaba, no creía
poder aguantar más.
21 años.
El
inútil de mi abogado había venido a verme, me traía buenas noticias, o eso
creía, aunque él seguiría figurando como titular de mi caso, una firma
importante se haría cargo de mi defensa, siempre y cuando yo estuviera de
acuerdo, se habían interesado por mí, y trabajarían de forma no remunerada,
quizá por la publicidad de los medios, y la opinión de mi letrado era que debía
dejarles que lo intentaran, aunque desde su “experimentado” punto de vista era
un caso perdido. Evidentemente accedí al momento, cualquier cosa es mejor a que
te defienda un incompetente que piensa que eres culpable de algo que no has
hecho.
16 años.
El
curso acababa, era mi último año en el colegio, era el último día, un día
especial de fiesta con un pequeño grupo de rock tocando en directo, todos
estábamos borrachos y eufóricos por la cerveza que habíamos introducido de
contrabando, pues legalmente no nos dejaban beber alcohol, todos sabíamos que
de ahí en adelante todo sería más duro. Pero ese día íbamos a disfrutar a tope del
fin de nuestra adolescencia antes de entrar en el difícil mundo de los adultos.
Fue un día memorable en que se perdieron varios virgos, y el desenfreno fue
total. Cuando decidimos irnos para seguir la fiesta en un local que habíamos
alquilado, vi a la chica de las gafas a unos diez metros de la puerta, yo iba
con mis colegas y toda la gente del último curso. Iba morado de cerveza, pero
aún así intuí que ella me estaba esperando. Si me acercaba a saludarla, mis
amigos se iban a reír de mí todo el día. Pero… ¡Qué coño!
—Hola,
¿Te lo has pasado bien? –dije tímidamente.
—Sí,
gracias, me llamo Marta –susurró tan flojito que apenas la oí.
—Yo
soy Pedro. –añadí.
—Ya
lo se –me dijo, para acto seguido darme un fugaz beso en los labios y salir
corriendo.
18 años.
Esas
tetas eran increíbles, la rubia me puso las manos detrás de la cabeza acercándome
a ellas, yo las agarré con fuerza y empecé a lamerlas toscamente, a chupar esos
pezones inmensos que no se acababan nunca. Ella me separó suavemente y
levantándose apoyó su vulva en mi pene que estaba a punto de explotar, se introdujo
la puntita y se quedó allí quieta.
—¿Quieres
más? –susurró lascivamente, mientras me acariciaba el cuello.
—Si,
Si, todo –suplicaba yo.
—¿Estás
seguro? –volvió a preguntar
Yo
sentía como ese coño caliente abrazaba la punta de mi polla, y no entendía que
me preguntara si quería más, ¿que esperaba?, ¿que le dijera que no? Intentaba
atraerla para que entrara hasta el fondo de una puta vez, pero ella no me
dejaba.
—¡Entra
de una vez!, ¡Entra por dios! –Le suplicaba y rogaba, pues me estaba torturando
la espera.
—¿Quieres
un poquito más? –dijo mientras bajaba un par de centímetros y subía y bajaba en
un corto recorrido, tan solo con la puntita dentro.
—Todo,
lo quiero todo, ¡YAAAAAAAAAAAA! –gritaba yo desesperado.
—Venga,
un poquito más. – susurró con voz seductora, mientras llegaba hasta la mitad.
Ella
subía y bajaba hasta la mitad de mi pene de forma parsimoniosa, mientras me
agarraba los brazos para que no tirara de ella, cuando llegaba al final del
recorrido marcado, yo intentaba subir mi polla para que entrara más adentro,
pero ella me tenía calado y se retiraba al mismo tiempo que yo me movía, con lo
que no conseguía profundizar ni un milímetro de más. Mi estado de ansiedad era
desesperante, estaba jugando conmigo, y yo no podía hacer nada.
—Por
favor, por favor, que no aguanto más, — le suplicaba sin éxito alguno.
Hasta
que se apiadó de mí.
—¿O
lo prefieres así? –preguntó mientras por fin sus labios vaginales chocaron con
mis huevos, y la satisfacción de llegar hasta el fondo sintiendo su vulva en
mis ingles me invadió.
—SIIII,
SIIII, ASIIIIII –gritaba yo
Ella
subía y bajaba en un movimiento controlado, como el tic—tac de un reloj, no era
rápido pero tampoco lento, era simplemente perfecto, casi la sacaba del todo,
para volver a entrar hasta el fondo golpeando secamente sobre mí, una y otra
vez, hasta que notó por mi respiración que estaba a punto, entonces se apoyó sus
manos sobre mi pecho, y con unos movimientos pélvicos, sin apenas subir ni
bajar, tan sólo deslizándose rápidamente sobre mis muslos, me llevó a un
orgasmo intenso y prolongado. Esto era echar un buen polvo, lo que había estado
haciendo hasta ahora, eran solamente tonterías.
Se
retiró con mucho cuidado y me retiró el preservativo de forma que no cayera ni
una gota, lo anudó y se lo guardó en el bolso. Si mi marido encuentra manchado
su coche nuevo me mata. –dijo inocentemente.
20 años.
Las
noticias que me iban llegando eran cada vez más buenas, al parecer mis nuevos
abogados habían impugnado la acusación por un defecto de forma, y habían pedido
que se anularan parte de las pruebas por un error en la cadena de custodia, no
acababa de entenderlo del todo, pero mi abogado estaba muy contento mientras me
lo explicaba, como si él fuera responsable del giro que estaban tomando las
cosas, me decía que incluso había posibilidades de que no hubiera juicio si
todo eso prosperaba. Yo evidentemente me sentía un poco mejor, viendo un
resquicio de esperanza a mi injusta situación.
18 años.
Cuando
la rubia después de ese polvo insuperable me preguntó si le podía llevar yo el
coche hasta el aeropuerto, donde lo recogería su marido al día siguiente. ¿Le
iba a decir que no? Le hubiera llevado el coche hasta la misma entrada del
infierno.
Me
dio dinero de sobras para que volviera en taxi, me dijo que dejara las llaves
en la guantera, que su marido ya tenía otra copia, un número de teléfono al que
tenía que mandarle un sms con el número de plaza, y me dio un beso de tornillo
introduciendo su lengua hasta el fondo, mientras me sobaba el paquete, para
acabar diciéndome que le gustaría volver a verme por el parking otro día, eso
acabó de disipar cualquier mínima duda que pudiera tener.
Cuando
a la entrada del aeropuerto dos policías me hicieron parar en el arcén, me detuvieron
y me esposaron directamente sin hacer preguntas, me preocupé, Más tarde supe
que el dueño había denunciado el robo
del coche, habían violado y asesinado a su mujer robándole a él las llaves. En
mi ropa encontraron restos del pelo de la señora y las pruebas de adn decían
que era mi esperma el que estaba en su cadáver, el marido no pudo ser más
rotundo en la rueda de reconocimiento, dijo que aunque yo iba encapuchado y no
podía reconocer mi cara, juraría ante la Biblia que fui yo, por complexión, tono
de voz y forma de andar.
Blanco
y en botella, es leche. Estaba condenado sin remisión.
19 años.
Me
ha costado mucho entenderlo, pero parece ser que fui víctima de un plan
despiadado de dos personas sin escrúpulos, dispuestas a arruinarle la vida a un
inocente. Un marido quiso desembarazarse de su adinerada esposa molesta, y
junto a su amante urdió un plan atroz, yo no era el destinatario de la trampa,
hubiera servido cualquier incauto que se hubiera puesto a tiro, pero para mi
desgracia el azar quiso que fuera yo el que entró en el parking esa noche,
hasta ahí llegue después de muchas noches de darle vueltas y más vueltas al
tema, y esa es la conclusión a la que llegué, por eliminación de todo lo demás.
Como suelen decir, cuando a un problema le quitas lo imposible, lo que queda,
por increíble que parezca, es la solución.
21 años.
Sin
esperarlo me dicen que soy libre, que la fiscalía ha retirado los cargos, que
mi abogada me espera en una sala especial para explicármelo todo, y que puedo
irme cuando quiera.
—Yo
no me voy sin comer, queréis ahorraros una comida ¿no? —le digo al funcionario
con aire enfadado.
El
funcionario, que se llama Juan, y es una bellísima persona con la que he
charlado mucho durante estos años, me mira sorprendido, y a la vez con cara de
pena, piensa que no lo he podido soportar y me he vuelto majara.
—¡Juan!,
que es broma, ¡Coño!, pensaba que no llegaría nunca este día. Ábreme la puerta
que me voy ya mismo, que no quiero estar aquí ni un segundo de más.
¿Como
podía tener aún sentido del humor?, me habían jodido tres años de mi vida, Juan
me dio un abrazo aliviado de que no me hubiera vuelto loco, y me acompañó a la
sala especial donde una abogada morena, bellísima, con un traje chaqueta gris
oscuro, al que le costaba horrores contener de forma discreta unos pechos espléndidos
que pugnaban por salir de esa jaula de ropa, con unas piernas elegantes y
estilizadas, que hasta despertarían la lujuria de los muertos, y si a eso le
añadís que llevaba tres años sin ver a una mujer…pero me estaba esperando, y
era mi abogada. Me senté frente a ella, intentando centrarme, con una vulgar mesa
blanca entre los dos, esperando las maravillosas noticias, aunque no podía
evitar alegrarme la vista mientras.
—Puedes
irte cuando quieras, estás libre de cargos, el caso ha sido sobreseído, todas
las pruebas han sido anuladas y puedes seguir con tu vida. —dijo con voz
profesional.
En
ese momento, es cuando asumí realmente la noticia, hasta ahora no lo había
hecho, “puedes seguir con tu vida”, que bonitas palabras que me dirigía una
hermosa mujer. Rompí a llorar por primera vez en todos estos años, supongo que
ya no podía aguantar más, y no eran lagrimitas, eran ríos de lagrimones los que
corrían por mis mejillas, ella se levantó y se sentó encima de mí, desabrochándose
la chaqueta y abrazándome como si fuera mi madre, mientras yo sollozaba como un
niño, compungidamente con movimientos espasmódicos sobre sus pechos. Me vacié
totalmente, hasta la última lágrima, dejándole la blusa totalmente empapada,
creo que gasté todo el llanto de mi vida en ese único momento, mientras nos
abrazábamos fuertemente, sin poder evitar convulsionarme por todas las
emociones reprimidas, que mujer más generosa, dejar que un desconocido te abrace
y arruine una blusa tan fina, la separé de mí para intentar agradecerle el
precioso momento que me acababa de regalar, cuando vi que ella lloraba también.
—No
me reconoces, ¿Verdad? —preguntó con un susurro.
—No,
no te conozco, es imposible olvidarse de una mujer tan hermosa como tú.
—Soy…
soy Marta, la chica fea de las gafas.
Nos
fundimos en un abrazo, y en contra de lo que podíamos pensar, descubrimos que aún
nos quedaban más lágrimas por verter.
No hay comentarios:
Publicar un comentario