La frase del día

sábado, 17 de septiembre de 2011

-Boomerang






30 años.

Hay gente que no sabe por qué la vida que lleva no es lo que esperaban, yo tengo la desgracia de saber exactamente cuando y como, la mía empezó a rodar cuesta abajo y sin frenos. La de veces que he soñado con volver a ese momento, para actuar de otra manera, y evitar así, todas las desgracias que se desencadenaron después.

Tendría sobre los dieciocho años aquel fatídico día, en el que mi vida cambió totalmente, y era feliz, sí, feliz con mayúsculas, buen estudiante, buen deportista, montones de amigos, un carácter abierto y jovial, y todo eso, rematado con un buen físico en el que lo único negativo, era una nariz ligeramente desviada, pero que en vez de afearme, me daba un aire de chico duro. Era un líder nato, una persona de fuerte carácter a la que la gente seguía, sin saber por qué lo hacía.

Pero en un instante todo cambió, pasé de ser un triunfador  a estar en prisión, acusado de violación y asesinato, esperando pasar el resto de mi vida en una reducida celda, privado de libertad.

15 años.

Estábamos jugando a fútbol en el patio del colegio, la pelota salió fuera del campo de juego, y cayó en las vías del tren, protegidas por una valla alta, no se veía donde había caído el balón, pues la maleza tapaba la visión completamente.

—Anda Pedro, salta la valla tú, que eres más ágil. —me dijo un amigo.

—Ya estoy harto, a ver si os espabiláis, ésta es la última vez que voy, la próxima vez, que vaya el que la tire, y si no puede saltar, que de la vuelta.

La verdad es que me gustaba exhibirme delante de las chicas que estaban mirando, que vieran la facilidad con que subía hasta una altura de tres metros para deslizarme ágilmente hacía abajo por el otro lado fundiéndome con la maleza.

Tenía la pelota ya en la mano cuando vi a la chica fea del colegio, estaba rodeada por cuatro jóvenes mayores que yo a los que no conocía de nada. La cosa tenía mala pinta, la tenían coaccionada y asustada.

A ella la conocía de vista, creo que iba un curso por debajo mío. No se relacionaba con nadie, era el blanco de todas las burlas, era alta, desgarbada, con los dientes torcidos, siempre con unas gruesas gafas de pasta marrón, y totalmente plana de pecho, realmente era poco agraciada. Como me temía, la tiraron al suelo y mientras tres la sujetaban, uno de los chicos empezó a quitarse los pantalones. No pintaba bien, no.

No podía hacer nada, eran más que yo, más grandes, y seguramente con más mala leche, pero no podía irme como si no hubiera visto nada, ni podía avisar a nadie. No sabía que hacer. El chico que se había quitado los pantalones, se acercaba a ella con un pene erecto como no había visto en mi vida, ella estaba aterrorizada.

—¡Dejadla en paz! –grité saliendo donde podían verme sin saber bien por qué lo hacía.

Ellos me miraron sorprendidos, y se aseguraron de que no había nadie más conmigo.

—¿Quién te crees que eres tú para darnos órdenes?

—Yo no… yo…

Ya me tenían rodeado y realmente estaba muy asustado.

—«Pringao» de mierda, vas a aprender a no meterte donde no te llaman –dijo uno mientras me daba el primer puñetazo en toda la cara.

Fue el primero de los muchos que recibí, ni los veía venir, no tardé en caer al suelo donde siguieron dándome patadas e insultándome, lo único bueno es que la chica aprovechó que estaban «jugando» conmigo y se escapó corriendo.

Pasé varios días en el hospital con la nariz y varias costillas rotas, un brazo dislocado, y hematomas hasta debajo de los párpados.


20 años.

Me esperaba una larga condena por violación y asesinato, y eso eran palabras mayores, me aplicarían la pena máxima que permitiera el código penal vigente, mi abogado de oficio no mostraba el más mínimo interés en mi caso, daba por hecho que era culpable de todo lo que acusaban, y me miraba hasta con desprecio, intenté cambiarlo por otro más receptivo, pero no pude, no tenía dinero. Ya llevaba dos años sin libertad, y aún no había tenido un juicio. Lo que más me dolía era que mis amigos resultaron no serlo, nadie vino a verme, nadie se interesó por mí. Sólo mis padres me apoyaron en mi doloroso vía crucis. Creo que eso me cambió el carácter y me volvió más reservado. 

18 años.

Serían las tres de la madrugada cuando dejé el coche de mis padres en el parking, era la primera vez que me lo dejaban de noche, pues acababa de sacarme el carné de conducir, al bajarme di una vuelta alrededor de él, y comprobé que estaba perfecto, objetivo cumplido, no tenia rallas ni bollos. Venía de fiesta, con el puntito de alegría que da el alcohol, pero no iba borracho. Una mujer de unos treinta años, parecía tener problemas con un BMW serie 7 recién sacado del concesionario, un coche espectacular, me acerqué a ella.

—¿Puedo ayudarla?

—Te lo agradecería, es el coche de mi marido, y no se como van las marchas, el mío es automático. –dijo mientras me mostraba una sonrisa que me dejó hipnotizado.

Salió del coche y no pude dejar de admirarla, era una rubia exuberante, con unos pechos enormes bajo una holgada camiseta negra muy escotada con ribetes plateados, que mostraba más que tapaba, iba sin sujetador y con una falda también negra que no le llegaba a la rodilla, y olía… Dios… olía como los ángeles, me senté en el asiento del conductor y ella se sentó en el del acompañante, intenté explicarle el uso del embrague y como se introducían las marchas, pero ella me miraba fijamente, parpadeando con una sonrisa pícara.

Sabiendo lo que ahora sé, ahí es cuando debía de haber salido corriendo, pero como no lo sabía y tenía dieciocho años, las hormonas revolucionadas, y hacía mucho que no echaba un polvo, me quedé allí, dejando que me desabrochara los pantalones y haciendo con mi polla empalmada todo lo que yo le explicaba en la palanca de cambios.

—Primero para adelante, ¿No?  Después para atrás, ¿Así?, y luego subo, muevo a la derecha y vuelvo a subir, ¿Lo hago bien?

Mientras me manoseaba el miembro, se inclinaba sobre mí, dejando a la vista unos pezones que se adivinaban duros, su perfume me embriagaba, subía y bajaba la mano que apretaba mi polla muy lentamente, muy despacio, de una forma tan sensual, que me estaba haciendo la mejor paja de mi vida. Dejé de hablar y cerré los ojos, sentí el lametazo de una lengua en el glande, luego otro, una lengua ensalivada serpenteaba arriba y abajo, era como una tortura, esos golpes delicados, ese deslizar furtivo que insinuaba un contacto que a veces se producía y a veces no, esos dedos rozándome el vello del escroto sin llegar a tocarlo.  Hasta que unos labios abrazaron la punta y presionando fuertemente, fueron deslizándose con suavidad hasta el fondo, hasta sentirlos en mis huevos, mientras todo mi pene encajaba en una garganta húmeda que lo excitaba hasta lo inimaginable. Esto último lo repitió tres o cuatro veces, si lo hubiera hecho una vez más… retiró la boca y pasó a acariciarme los testículos con sus dedos.

—¿Te gusta? –preguntó dulcemente.

Yo sólo asentí con la cabeza, en un estado casi de trance, no me salían las palabras, nunca me habían hecho una mamada de ese nivel.

—Ahora viene lo bueno, esto sólo era un aperitivo –añadió mientras buscaba algo en su bolso.

16 años.

Me había recuperado bien de la brutal paliza, la única secuela que me  quedó fue la nariz torcida, volvía a ser el chulito de siempre, presumiendo delante de las chicas de mis habilidades físicas, contando chistes, haciéndome el gracioso, y seguía siendo el chico más popular del colegio, la paliza recibida aún aumentó más mi aureola de tipo guay, bueno, la verdad es que en la versión que yo contaba, eran al menos diez los gamberros que atacaban a la chica y conseguí dejar fuera de combate por lo menos a  seis, antes de que me superaran, permitiendo que ella huyera, no involucré nunca a la chica de pelo castaño de las gafas, contaba que fue una desconocida.  Casi todo los días coincidía en un momento u otro con ella en el colegio, pero nunca llegamos a entablar una conversación, cuando nos cruzábamos, nos sonreíamos tontamente, como dos personas que comparten un secreto. Creo que cuando jugaba al fútbol, ella me miraba con cara de adoración, como si fuera su héroe, pero no puedo estar seguro. Ella nunca se atrevió a decirme nada, ni yo a ella.


18 años.

La rubia desconocida sacó un condón de su bolso, cuyo envoltorio rasgó para extraerlo de forma ceremoniosa, se lo colocó en los labios, y apoyándolos en mi glande fue haciendo presión hasta desenrollarlo por completo sobre mi pene, hasta que sus labios volvieron a rozar mis huevos. No pensaba que pudiera ser tan placentero algo tan poco erótico como colocarse un preservativo. Salió del coche y abrió mi puerta, y mientras con una mano la sujetaba, con la otra se subió la falda dejando a mi vista un pubis recortado y cuidado, con un fino vello rubio que me excitaba, ¡No llevaba braguitas!, yo pensaba que se iba a romper el preservativo de la presión. Me tendió la mano, y me hizo pasar a la parte trasera, me dirigió hasta sentarme en el borde del asiento, mientras ella se arrodillaba sobre él, apoyando sus nalgas en mis rodillas. Puse mis manos en su culo y noté una piel suave y aterciopelada, ella estiró el escote de la camiseta hasta llevarlo por debajo de sus hermosos senos que quedaron a la vista, erguidos y apretados por la presión de la tela, dos hermosos pezones me apuntaban. Mi polla palpitaba, el pulso se me aceleraba, salivaba, no creía poder aguantar más. 

21 años.

El inútil de mi abogado había venido a verme, me traía buenas noticias, o eso creía, aunque él seguiría figurando como titular de mi caso, una firma importante se haría cargo de mi defensa, siempre y cuando yo estuviera de acuerdo, se habían interesado por mí, y trabajarían de forma no remunerada, quizá por la publicidad de los medios, y la opinión de mi letrado era que debía dejarles que lo intentaran, aunque desde su “experimentado” punto de vista era un caso perdido. Evidentemente accedí al momento, cualquier cosa es mejor a que te defienda un incompetente que piensa que eres culpable de algo que no has hecho.

16 años.

El curso acababa, era mi último año en el colegio, era el último día, un día especial de fiesta con un pequeño grupo de rock tocando en directo, todos estábamos borrachos y eufóricos por la cerveza que habíamos introducido de contrabando, pues legalmente no nos dejaban beber alcohol, todos sabíamos que de ahí en adelante todo sería más duro. Pero ese día íbamos a disfrutar a tope del fin de nuestra adolescencia antes de entrar en el difícil mundo de los adultos. Fue un día memorable en que se perdieron varios virgos, y el desenfreno fue total. Cuando decidimos irnos para seguir la fiesta en un local que habíamos alquilado, vi a la chica de las gafas a unos diez metros de la puerta, yo iba con mis colegas y toda la gente del último curso. Iba morado de cerveza, pero aún así intuí que ella me estaba esperando. Si me acercaba a saludarla, mis amigos se iban a reír de mí todo el día. Pero… ¡Qué coño!

—Hola, ¿Te lo has pasado bien? –dije tímidamente.

—Sí, gracias, me llamo Marta –susurró tan flojito que apenas la oí.

—Yo soy Pedro. –añadí.

—Ya lo se –me dijo, para acto seguido darme un fugaz beso en los labios y salir corriendo.


18 años.

Esas tetas eran increíbles, la rubia me puso las manos detrás de la cabeza acercándome a ellas, yo las agarré con fuerza y empecé a lamerlas toscamente, a chupar esos pezones inmensos que no se acababan nunca. Ella me separó suavemente y levantándose apoyó su vulva en mi pene que estaba a punto de explotar, se introdujo la puntita y se quedó allí quieta.

—¿Quieres más? –susurró lascivamente, mientras me acariciaba el cuello.

—Si, Si, todo –suplicaba yo.

—¿Estás seguro? –volvió a preguntar

Yo sentía como ese coño caliente abrazaba la punta de mi polla, y no entendía que me preguntara si quería más, ¿que esperaba?, ¿que le dijera que no? Intentaba atraerla para que entrara hasta el fondo de una puta vez, pero ella no me dejaba.

—¡Entra de una vez!, ¡Entra por dios! –Le suplicaba y rogaba, pues me estaba torturando la espera.

—¿Quieres un poquito más? –dijo mientras bajaba un par de centímetros y subía y bajaba en un corto recorrido, tan solo con la puntita dentro.

—Todo, lo quiero todo, ¡YAAAAAAAAAAAA! –gritaba yo desesperado.

—Venga, un poquito más. – susurró con voz seductora, mientras llegaba hasta la mitad.

Ella subía y bajaba hasta la mitad de mi pene de forma parsimoniosa, mientras me agarraba los brazos para que no tirara de ella, cuando llegaba al final del recorrido marcado, yo intentaba subir mi polla para que entrara más adentro, pero ella me tenía calado y se retiraba al mismo tiempo que yo me movía, con lo que no conseguía profundizar ni un milímetro de más. Mi estado de ansiedad era desesperante, estaba jugando conmigo, y yo no podía hacer nada.

—Por favor, por favor, que no aguanto más, — le suplicaba sin éxito alguno.

Hasta que se apiadó de mí.

—¿O lo prefieres así? –preguntó mientras por fin sus labios vaginales chocaron con mis huevos, y la satisfacción de llegar hasta el fondo sintiendo su vulva en mis ingles me invadió.

—SIIII, SIIII, ASIIIIII –gritaba yo

Ella subía y bajaba en un movimiento controlado, como el tic—tac de un reloj, no era rápido pero tampoco lento, era simplemente perfecto, casi la sacaba del todo, para volver a entrar hasta el fondo golpeando secamente sobre mí, una y otra vez, hasta que notó por mi respiración que estaba a punto, entonces se apoyó sus manos sobre mi pecho, y con unos movimientos pélvicos, sin apenas subir ni bajar, tan sólo deslizándose rápidamente sobre mis muslos, me llevó a un orgasmo intenso y prolongado. Esto era echar un buen polvo, lo que había estado haciendo hasta ahora, eran solamente tonterías.

Se retiró con mucho cuidado y me retiró el preservativo de forma que no cayera ni una gota, lo anudó y se lo guardó en el bolso. Si mi marido encuentra manchado su coche nuevo me mata. –dijo inocentemente.

20 años.

Las noticias que me iban llegando eran cada vez más buenas, al parecer mis nuevos abogados habían impugnado la acusación por un defecto de forma, y habían pedido que se anularan parte de las pruebas por un error en la cadena de custodia, no acababa de entenderlo del todo, pero mi abogado estaba muy contento mientras me lo explicaba, como si él fuera responsable del giro que estaban tomando las cosas, me decía que incluso había posibilidades de que no hubiera juicio si todo eso prosperaba. Yo evidentemente me sentía un poco mejor, viendo un resquicio de esperanza a mi injusta situación.

18 años.

Cuando la rubia después de ese polvo insuperable me preguntó si le podía llevar yo el coche hasta el aeropuerto, donde lo recogería su marido al día siguiente. ¿Le iba a decir que no? Le hubiera llevado el coche hasta la misma entrada del infierno.

Me dio dinero de sobras para que volviera en taxi, me dijo que dejara las llaves en la guantera, que su marido ya tenía otra copia, un número de teléfono al que tenía que mandarle un sms con el número de plaza, y me dio un beso de tornillo introduciendo su lengua hasta el fondo, mientras me sobaba el paquete, para acabar diciéndome que le gustaría volver a verme por el parking otro día, eso acabó de disipar cualquier mínima duda que pudiera tener.


Cuando a la entrada del aeropuerto dos policías me hicieron parar en el arcén, me detuvieron y me esposaron directamente sin hacer preguntas, me preocupé, Más tarde supe que  el dueño había denunciado el robo del coche, habían violado y asesinado a su mujer robándole a él las llaves. En mi ropa encontraron restos del pelo de la señora y las pruebas de adn decían que era mi esperma el que estaba en su cadáver, el marido no pudo ser más rotundo en la rueda de reconocimiento, dijo que aunque yo iba encapuchado y no podía reconocer mi cara, juraría ante la Biblia que fui yo, por complexión, tono de voz y forma de andar.

Blanco y en botella, es leche. Estaba condenado sin remisión.

19 años.

Me ha costado mucho entenderlo, pero parece ser que fui víctima de un plan despiadado de dos personas sin escrúpulos, dispuestas a arruinarle la vida a un inocente. Un marido quiso desembarazarse de su adinerada esposa molesta, y junto a su amante urdió un plan atroz, yo no era el destinatario de la trampa, hubiera servido cualquier incauto que se hubiera puesto a tiro, pero para mi desgracia el azar quiso que fuera yo el que entró en el parking esa noche, hasta ahí llegue después de muchas noches de darle vueltas y más vueltas al tema, y esa es la conclusión a la que llegué, por eliminación de todo lo demás. Como suelen decir, cuando a un problema le quitas lo imposible, lo que queda, por increíble que parezca, es la solución.

21 años.

Sin esperarlo me dicen que soy libre, que la fiscalía ha retirado los cargos, que mi abogada me espera en una sala especial para explicármelo todo, y que puedo irme cuando quiera.

—Yo no me voy sin comer, queréis ahorraros una comida ¿no? —le digo al funcionario con aire enfadado.

El funcionario, que se llama Juan, y es una bellísima persona con la que he charlado mucho durante estos años, me mira sorprendido, y a la vez con cara de pena, piensa que no lo he podido soportar y me he vuelto majara.

—¡Juan!, que es broma, ¡Coño!, pensaba que no llegaría nunca este día. Ábreme la puerta que me voy ya mismo, que no quiero estar aquí ni un segundo de más.

¿Como podía tener aún sentido del humor?, me habían jodido tres años de mi vida, Juan me dio un abrazo aliviado de que no me hubiera vuelto loco, y me acompañó a la sala especial donde una abogada morena, bellísima, con un traje chaqueta gris oscuro, al que le costaba horrores contener de forma discreta unos pechos espléndidos que pugnaban por salir de esa jaula de ropa, con unas piernas elegantes y estilizadas, que hasta despertarían la lujuria de los muertos, y si a eso le añadís que llevaba tres años sin ver a una mujer…pero me estaba esperando, y era mi abogada. Me senté frente a ella, intentando centrarme, con una vulgar mesa blanca entre los dos, esperando las maravillosas noticias, aunque no podía evitar alegrarme la vista mientras.

—Puedes irte cuando quieras, estás libre de cargos, el caso ha sido sobreseído, todas las pruebas han sido anuladas y puedes seguir con tu vida. —dijo con voz profesional.

En ese momento, es cuando asumí realmente la noticia, hasta ahora no lo había hecho, “puedes seguir con tu vida”, que bonitas palabras que me dirigía una hermosa mujer. Rompí a llorar por primera vez en todos estos años, supongo que ya no podía aguantar más, y no eran lagrimitas, eran ríos de lagrimones los que corrían por mis mejillas, ella se levantó y se sentó encima de mí, desabrochándose la chaqueta y abrazándome como si fuera mi madre, mientras yo sollozaba como un niño, compungidamente con movimientos espasmódicos sobre sus pechos. Me vacié totalmente, hasta la última lágrima, dejándole la blusa totalmente empapada, creo que gasté todo el llanto de mi vida en ese único momento, mientras nos abrazábamos fuertemente, sin poder evitar convulsionarme por todas las emociones reprimidas, que mujer más generosa, dejar que un desconocido te abrace y arruine una blusa tan fina, la separé de mí para intentar agradecerle el precioso momento que me acababa de regalar, cuando vi que ella lloraba también.

—No me reconoces, ¿Verdad? —preguntó con un susurro.

—No, no te conozco, es imposible olvidarse de una mujer tan hermosa como tú.

—Soy… soy Marta, la chica fea de las gafas.

Nos fundimos en un abrazo, y en contra de lo que podíamos pensar, descubrimos que aún nos quedaban más lágrimas por verter.



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