El día en que mi vecina la puta. No es un insulto ni me cae mal, es que es eso: Una prostituta que da gustirrinín a los hombres por
dinero. Y ella lo lleva muy bien, no se siente explotada ni nada de eso. Aunque
como comprenderéis, no son cosas que se vayan contando por ahí; pues a lo que
iba, cuando llamó a mi puerta para pedirme un favor, no puede negarme, ella
también me los había hecho a mí.
Cuando Sara llegó a nuestro edificio, los rumores empezaron a
correr como la pólvora, una chica que vive sola, que recibe a muchos hombres a
horas raras, que tiene un cuerpazo espectacular… En una semana hasta el tonto
del tercero sabía que era una chica de vida alegre. Pero nos fue conquistando,
no causaba problemas, asistía a las reuniones comunitarias tapadita, a las
vecinas nos regalaba muestras de colonias, nos enseñaba ropa exclusiva, y ni
miraba a nuestros maridos, cosa que fue crucial en su integración. Al año ya
era una vecina más, pero la seguíamos llamando “la puta del segundo”, aunque la
apreciáramos mucho como persona, somos así de crueles.
—Marta, estoy esperando a un cliente importantísimo, y tengo
que salir, me cierran los bancos, hoy es el último día que tengo para pagar la
contribución y hacer otras gestiones.
—¿Y qué quieres que haga?
—Pues que lo esperes en mi casa, y si llega antes que yo, le
ofrezcas una copa mientras voy al banco, seguramente volveré antes de que él
llegue, como mucho serán unos minutos. Por favor, por favor… —imploraba
juntando las manos.
—Mujer, mira cómo voy, si me ve tu cliente con la bata de franela
y las zapatillas con conejos, sale corriendo del susto, y no lo vuelves a ver
más.
—Por eso no te preocupes, ponte lo que quieras de mi armario
mientras esperas.
—Anda, lárgate… siempre dejándolo todo para el último momento —dije
sonriendo.
—Gracias, gracias… usa todo lo que quieras, como si estuvieras en
tu casa.
Allí estaba yo, en la casa de una prostituta de lujo, con mi bata
de franela rosa, mis zapatillas raídas de conejitos, el pelo alborotado… Al
mirarme en el enorme espejo del salón, no puede evitar reírme.
El contraste de mi figura oronda y vulgar con las elegantes
litografías de las paredes era brutal, yo no pegaba ni con cola en ese fino
ambiente. Sara no era una prostituta del montón, sólo trabajaba para gente
importante, ejecutivos, empresas... Le gustaba decir que era una enfermera
especializada muy cara, pues algunas empresas la contrataban para motivar al
personal, o para reparar traumas psicológicos… La casa era realmente bonita,
más que bonita, impresionaba por su buen gusto.
Que me ponga lo que quiera, ¡Será jodida! –pensé mientras abría el
armario del dormitorio y sacaba algo de ropa fina y erótica. Necesitaría un
vestidito de esos para cada teta, y dos más para hacerme una falda. Fui
colocando las piezas sobre la cama, admirando la finura de los encajes, la
calidad de los remates, babeando ante tanta belleza. Las braguitas son
elásticas, a lo mejor me entran, pensé. Me las probé, y entrar… entraban, pero
mi vello púbico sobresalía casi hasta juntarse por encima de ellas, mientras la
tirita del culo se clavaba hasta hacerse invisible. Ja, ja, si me viera mi
marido así le daba algo, con la de veces que había insistido en que me pusiera
ropita de puta. Y una ya tiene su edad, sabe perfectamente lo que es hacer el
ridículo, que esas cosas quedan muy bien en chicas jóvenes con buen tipo, pero
en una mujer madura algo gordita, hacen daño a la vista. Pero bueno… tampoco
las iba a enseñar, así que me las dejé puestas y seguí buscando algo que
pudiera ponerme encima. Descarté los sujetadores, eran diminutos, ni empalmando
dos me daban la vuelta al torso.
Encontré una cosa rara, mezcla de capa y túnica de terciopelo
negro, con una capucha enorme, que mi vecina usaría para algún juego de esos
raros de las profesionales. Supuse que follaría con el cliente dentro de ella,
me venía perfecta, me peiné y guardé toda la ropa en su sitio.
Cuando abrí el armario de los zapatos casi me desmayo, había una
zapatería entera allí dentro. De todos los colores, formas y estilos, cuando me
limpié la baba, elegí unos negros abiertos, con unas finas tiras de cuero que
abrazaban el tobillo y afilados tacones de aguja. ¡Qué suerte que usara mi
número!
Sonó el timbre y me sobresalté como si me hubieran sorprendido robando.
Me acerqué a la puerta intentando serenar la respiración, ¿Cómo me había metido
en este embolado? Tenía que acordarme de matar a Sara cuando volviera. Abrí con
miedo, mucho miedo, estaba aterrorizada, no esperaba encontrarme con un chico
de veintipocos años que parecía sacado de un anuncio de slips, me costaba articular
las palabras.
—Hola, Sara… —Intentaba decirle que Sara vendría en un momento,
pero no me dejó acabar, traía un discurso preparado.
—Mira, seguro que eres fantástica, pero vengo porque me han
obligado, yo no necesito…
El hombre se quedó paralizado al levantar la vista y encontrarse
conmigo, esperaba a una puta de lujo, no a la mujer que tenía delante, el
discurso que tenía preparado se fue al traste.
—Pasa, ¿Quieres tomar algo? —dije para romper el incómodo silencio
que se produjo.
—¿Un whisky puede ser?
—Por supuesto —dije intentando andar con seguridad, cosa
complicada con esos taconazos a los que no estaba acostumbrada, y con la capa—túnica
que no me había quitado. El chico debía de estar alucinando en colores mientras
me seguía hasta el salón.
Mientras preparaba la bebida en la barra que había en el salón, el
chico ya sentado en el sofá comenzó a hablar.
—No sé por qué mi jefe cree que necesito los servicios de una
profesional, es cierto que rompí con mi novia, y que estoy algo descentrado,
pero no creo que un buen polvo solucione nada. Es algo mucho más complejo, yo
la quería ¿Sabes?
—¿Qué pasó? —pregunté mientras le ponía la bebida en la mano y me
sentaba a su lado.
—Que se acabó, me dijo que no la llenaba, que yo no era lo que
necesitaba, que no la complementaba…
—Eso no es mucho, puede significar cualquier cosa.
—Por eso estoy así, no lo entiendo, no se que esperaba de mí, no
se que es lo que hice mal, busco respuestas y no las encuentro, si al menos
supiera en que fallé.
Realmente este chico necesitaba ayuda, pero ya no sabía de que
tipo. Abrirse de esa manera ante una desconocida no es algo normal, despertó en
mí un instinto maternal, y le acaricié el pelo, mientras le susurraba:
—Tranquilo, no pasa nada, hay muchas mujeres en este mundo, ya encontrarás
la tuya.
—¿Cómo voy a encontrar nada? Si no se que es lo que hago mal.
Tras decir eso, rompió a llorar, y en un acto reflejo lo abracé,
enterrando su cabeza entre mis pechos acariciándole el pelo. No dije nada, no
creí que necesitara palabras, necesitaba un abrazo y sentirse querido. Lo dejé
llorar sobre mi pecho desnudo pues la capa—túnica se había abierto, puso su
mano en mi cintura, y algo me estremeció. Una necesidad imperiosa de hacer
sentir bien a ese chico confuso me recorría por todo el cuerpo.
Lo aparté suavemente y comencé a desabrocharle la camisa, él me
miraba sorprendido, me iba a decir algo, pero puse mi dedo en sus labios.
—Phssss, no hables, no pienses, cierra los ojos, confía en mí —susurré
mientras volvía a enterrar su rostro en mis enormes pechos.
Acabé de quitarle la camisa, se dejaba manipular como un niño
dócil, yo jugaba con su cabello, le acariciaba la espalda, sentí como sus
labios besaban mi turgente pezón y succionaban, su mano acariciaba mi pecho, lo
dejé soñar con los ojos cerrados un buen rato, hasta que se tranquilizó y se
quedó casi dormido.
Me levanté con toda la suavidad de la que fui capaz, y cogiéndolo
de la mano, lo dirigí hasta el dormitorio. Me seguía como un corderito que va
al matadero, con los ojos mirando más allá, lo dejé en la cama boca arriba y
entorné la persiana hasta conseguir una penumbra agradable. Le quité los
pantalones lentamente, al bajar el slip, su miembro saltó como un resorte,
estaba en plenitud, duro como una barra de acero, nada que ver con la única
polla que había visto en los últimos veinte años. La de mi marido era más
morcillona, más amigable, hacía muchos años que perdió esa dureza insultante
que da la juventud.
Me quité las braguitas, o me las desclavé, según como se mire, me
puse encima del chico evitando que mi gran peso descansara sobre él. Apoyé mis
pechos sobre su torso y lo besé, un beso dulce y tierno, que disfruté mientras
me amasaba las tetas de una forma que me excitada. Mi coño rezumaba fluidos, el
glande rozaba a veces mis labios vaginales, encendiéndome más y más.
El tiempo se paró ahí, en un bucle de besos, roces y caricias,
hasta que bajando su mano hasta el miembro, lo orientó y encaminó hacia mi
salvaje coño. Introdujo el glande que entró sin dificultad alguna, casi diría
que fue absorbido. Nos quedamos ahí otro buen rato más, sabiendo que lo que
seguiría iba a ser algo apoteósico. Habíamos encendido la mecha de los fuegos
artificiales, y teníamos los mejores asientos para el espectáculo.
Pasé las manos por detrás de su cuello, introduje mi lengua en su
boca en un beso profundo e íntimo, y fui dejando que ese falo imponente
penetrara mi coño muy despacio, poco a poco, disfrutando cada milímetro de
avance, sentía que estaba cargando una batería que explotaría por sobrecarga,
notaba como el miembro se iba hinchando a la vez que avanzaba, aunque sabía que
no podía crecer más, era imposible. No se cuanto camino llevaríamos recorrido,
pero unas manos se apoyaron en mis nalgas, el último tramo fue brusco, sentí
trompetas en los oídos, grité de placer extremo, sus manos apretaban
fuertemente, me retorcía queriendo impregnarme de esa energía mágica. Y me
corrí, me corrí como una perra, como una adolescente primeriza, con tan sólo
una penetración, y de una forma escandalosa, vergonzosa, con gemidos y alaridos
de una película porno, pero había sido real, ese chico lo había sacado todo de
mí.
No tuve tiempo para maldecir mi egoísmo, cuando empezaba a
hacerlo, sentí como el esperma tibio me inundaba, noté sus espasmos y me abracé
más fuerte aún.
—¿Eres un ángel? ¿Tienes poderes especiales? Hace más de un año
que no podía tener una erección, y créeme, lo había probado todo –me dijo
cuando se hubo recuperado.
—Humm, eso se lo dirás a todas, porque algo está creciendo dentro
de mi conejito otra vez. –dije con sorna, pues su pene se estaba hinchando
dentro de mí, lo cual era una sensación nueva y agradable.
Ya no era un cachorro herido, ni un muñeco roto de trapo, era un
perrito juguetón con las heridas curadas que quería diversión.
—Sabes que nunca me han hecho una buena cubana, ¿Tú no podrías…?
–imploró poniendo carita de niño bueno.
—Como te has portado bien, vamos a intentarlo. ¿Qué prefieres,
arriba o abajo?
—¿Puedo elegir y todo?, humm, difícil elección, difícil… me pido
arriba.
Me tumbé boca arriba en la cama, dejando que mi cuerpo se
expandiera, él se sentó sobre mi vientre, su miembro parecía el mástil de un
barco, era impresionante, lo atraje hacia mí y lo coloqué entre mis enormes
ubres, que lo cubrieron totalmente, empezando un vaivén sensual con las dos
manos sobre mis tetas, apretaba y giraba para abrazar y acariciar ese palo
duro, que no tardó en derretirse entre las dos montañas, escupiendo otra vez
sobre mi barbilla, mientras yo sentía los impulsos de la descarga en la fina
piel de la parte interna de mis senos. Cuando acabó, lo cogí del culo y lo
atraje hacia mí, introduciendo ese caramelo dulce en mi boca, limpiándolo de
los restos de semen.
—¿Te ha gustado? –pregunté inocentemente, mientras le acariciaba
los testículos con la punta de mis dedos.
—Eres una Diosa, tú no eres una mujer normal.
Era lo más bonito que había escuchado en mi vida, y por un momento
me sentí así, no era una simple ama de casa gorda, era una diosa que había
conseguido provocar dos eyaculaciones en otro Dios.
En ese momento llamaron a la puerta, y supe que era Sara que se
había ido sin llaves, no podía abrir, era imposible explicar lo que había
pasado, no lo entendería.
—¿No abres? —preguntó el chico.
—No, es el cartero comercial, que se pone de un pesado a veces…
—Me gustaría volver a verte —dijo mientras acariciaba mi cuello.
—La vida da muchas vueltas, ¿Quién sabe? —dije mientras me
incorporaba y me ponía la bata de franela por instinto.
—Ja, ja, así no engañas a nadie, no te hagas pasar por una
aburrida ama de casa, se ve a lo lejos que eres una Diosa del amor, ni
camuflada bajo esa horrible bata puedes esconderte, tu resplandor te delata.
Otra cosa bonita, y me lo decía como un chiste. Mientras se
duchaba, yo pensaba en lo que le iba a contar a Sara, y no se me ocurría nada
medianamente creíble. Cuando el chico salió de la ducha, ya vestido con su
impecable traje, me sentí mal, pensaba que ahora me vería como soy realmente, y
vomitaría, pero se acercó para darme un beso en los labios y decirme:
—Volveré, esto tenemos que repetirlo. Nunca antes había estado con
una mujer de verdad.
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La semana siguiente volvieron a llamar a la puerta, era Sara
enfadada, la habían llamado para felicitarla por el excelente trabajo realizado
con el chico de la semana anterior, al parecer, es un crack con las tendencias
de inversiones y mercados, llevaba un año bloqueado, y tras la visita a Sara,
estaba asombrando otra vez con sus predicciones, rindiendo a un nivel superior
al de sus mejores tiempos. Le agradecían el esfuerzo y le enviaban un enorme
cheque para recompensarla.
—¿No me dijiste que no había venido? ¿Qué le hiciste al
chico?
—¿Yo…? ¡Nada! ¿Tú crees que con este cuerpo le puedo interesar a
alguien…?
—Lo que tu digas, pero el mes que viene volverá ¿Repetimos? —preguntó
con malicia.
—Claro cariño, es tan fácil no hacer nada, cuenta con ello —dije
sonriendo mientras me humedecía pensando en una segunda vez.
erostres.
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