Todos los personajes de este
relato son ficticios. Tranquilo Pepe, te he cambiado el nombre y no te
reconocerá nadie.
Me oculto entre las sombras. Totalmente vestido de negro me
deslizo, de forma invisible, con la espalda pegada a la pared. Las botas de goma
amortiguan mis pasos sobre los adoquines. El oscuro betún en el rostro evita
los reflejos indeseados. La gruesa lana
me protege del gélido viento. Las farolas más cercanas fueron inutilizadas el
día anterior con hábiles pedradas. Los
bribonzuelos que contraté para el trabajo no podían creer que les pagaran por hacer lo que más les gustaba. De la mochila extraigo un
garfio de tres puntas recubierto de
poliuretano. Verifico la cuerda y sonrío, todo está perfecto. En un movimiento
circular ensayado hasta la saciedad, hago girar el gancho que silba mientras
adquiere velocidad. Al soltar la cuerda en el momento preciso, el conjunto se eleva
formando una parábola que sobrepasa el tejado de la casa. Aterriza con un
sonido sordo. Tiro suavemente de la cuerda hasta que noto resistencia. Hago un
par de movimientos bruscos y fuertes para asegurar que el anclaje es
firme. Escalo silenciosamente y con mucho esfuerzo la pared hasta llegar a la
ventana del piso superior. Tan solo he tirado una pequeña maceta que se ha
estrellado sordamente contra el suelo.
Apoyado en el alféizar intento acomodarme, pues no sé cuánto tiempo habré de esperar. De la mochila extraigo un pastelito de chocolate y una coca-cola que aún está fresca. Me gusta ir siempre bien preparado. Debí haber traído los de hojaldre, ahora tengo todas las manos pegajosas. Pero estoy cómodo, no me importa esperar. La oscuridad se rompe al abrirse la puerta interior de la habitación. Es ella, acompañada de su nuevo amante. ¡Lo sabía! No hay caricias, no hay ternura, ni unos simples preliminares. El hombre se ha limitado a bajarle las bragas, empujarla sobre la cama y penetrarla de una forma burda. Ella gime, pero sé que es mentira, que actúa. En menos de dos minutos el hombre resopla y se retuerce sobre ella. Se acabó. ¡Ja! Vaya mierda de polvo. Voy a coger la coca-cola para dar un trago y sin querer tiro otra maceta que se estrella contra el suelo, esta vez de forma escandalosa. Las luces de la habitación se encienden.
Apoyado en el alféizar intento acomodarme, pues no sé cuánto tiempo habré de esperar. De la mochila extraigo un pastelito de chocolate y una coca-cola que aún está fresca. Me gusta ir siempre bien preparado. Debí haber traído los de hojaldre, ahora tengo todas las manos pegajosas. Pero estoy cómodo, no me importa esperar. La oscuridad se rompe al abrirse la puerta interior de la habitación. Es ella, acompañada de su nuevo amante. ¡Lo sabía! No hay caricias, no hay ternura, ni unos simples preliminares. El hombre se ha limitado a bajarle las bragas, empujarla sobre la cama y penetrarla de una forma burda. Ella gime, pero sé que es mentira, que actúa. En menos de dos minutos el hombre resopla y se retuerce sobre ella. Se acabó. ¡Ja! Vaya mierda de polvo. Voy a coger la coca-cola para dar un trago y sin querer tiro otra maceta que se estrella contra el suelo, esta vez de forma escandalosa. Las luces de la habitación se encienden.
—¡Joder! ¿Otra vez, Manolo? —exclama mi ex-mujer con voz de
fastidio.
—No soy Manolo, no sé quién es ese… —grito mientras me dejo caer
para evitar ser descubierto.
—Esta vez no te pienso devolver el puto gancho, y me vas a pagar
las macetas —grita histérica, moviendo el puño con medio cuerpo fuera.
—Pues no las coloques tan mal —exclamo airado—. Si no las pusieras
de cualquier manera, no se caerían con sólo tocarlas.
Algunas ventanas de la calle empiezan a iluminarse, y los vecinos se
asoman para cotillear. Qué asco de
gente, siempre pendiente de lo que hacen los demás, como si no tuvieran vida
propia… Decido irme sigilosamente antes de que alguien me reconozca.
—¡Ya está bien, Manolo…! Es la segunda vez esta semana —grita Pepe
el panadero desde el edificio de enfrente.
—¡Joder Pepe! Que no soy Manolo… —respondo cabreado. No me gusta
la gente que acusa sin pruebas, no me han visto, no pueden saber que soy yo.
—¡Imbécil! La próxima vez quítate la gorra del Madrid… ¡Tarado!
Los gritos me empiezan a poner nervioso. Recojo del suelo los
ganchitos de maíz que se me han caído, y escapo raudo. ¡Como si no hubiera más
gente con una gorra del Madrid…! Qué forma más odiosa de juzgar sin tener datos.
Y la llevo, porque siempre me ha dado suerte, pero la próxima vez la untaré con
un poco de betún, quizás sea demasiado blanca para moverme por la noche.
Al llegar a casa noto una leve molestia en el tobillo, he debido
de lesionarme al caer tan bruscamente desde el segundo piso. Mañana lo tendré
hinchado, seguro. Miro el reloj, son las dos de la madrugada. Debería de llamar
a mi ex para despertarla, pero decido no hacerlo. Si la cabreo demasiado, no me
devolverá el garfio. Aunque ya me lo ha devuelto tres veces. ¿Por qué iba a ser
ésta diferente? No, mejor no forzar las cosas... A veces es mejor actuar con un
poco de consideración. La dejaré dormir hasta las seis por lo menos.
A las seis en punto suena el despertador. Me gusta madrugar y
aprovechar el día. Lo primero que hago es llamar a mi ex, antes incluso que levantarme de la cama. Tarda bastante en contestar, debe de estar dormida. Al
final escucho su voz somnolienta: «Diga…» Espero a que lo repita tres o cuatro
veces y cuelgo. Vuelvo a llamar un par de veces más y hago lo mismo. Preparo
mis cosas y me pongo en marcha.
A las ocho, ya estoy en el bar de enfrente de casa vigilando la cuerda y mi
garfio. A pesar de Paco, me gusta este bar, por él no ha pasado el
tiempo. La barra es la misma que cuando iba de niño con mi padre. Los olores de
la madera impregnada de vino me relajan. Haré tiempo hasta que se vaya el
amante para ir a buscarlo. El café de este sitio es excelente, creo que es toda
la porquería de la cafetera lo que le da ese sabor especial.
—¿Cómo va todo Manolo? —pregunta Paco el camarero sin ningún
interés.
—Tirando, no me puedo quejar.
—¿No te habías divorciado de tu mujer?
—Sí, pero ella me sigue queriendo, no puede vivir sin mí.
—Si tú lo dices… —masculla Paco mientras insinúa una mueca burlona.
—Volverá conmigo, es cuestión de tiempo —digo convencido.
—¡Y Qué! ¿Esperando a que se vaya su querido a trabajar, para
recoger la cuerda?
—Sí —respondo avergonzado y sorprendido de que lo sepa.
Hago como si estuviera interesado en el periódico, y consigo que
me deje tranquilo mientras vigilo la entrada del portal. Lo veo salir, va muy
bien vestido con un traje elegante. El maletín parece de los buenos. Pero me
animo pensando que me desharé de ese tipo como hice con los anteriores.
Llamo a la puerta y me abre mi ex. No tiene buen aspecto, tiene la
piel pálida y unas ojeras marcadas, los ojos rojos transmiten nerviosismo. El
pelo encrespado la hace parecer casi una loca. Más que caminar, se arrastra
hasta el salón mientras la sigo. Creo que no duerme bien. Pero incluso así, con
esa vieja bata, la sigo encontrando atractiva.
—Me vas a volver loca Manolo. Las cosas han de cambiar…
—Te he traído algo de ropa —digo mientras dejo en el suelo las
bolsas con la ropa sucia. —Así te entretienes, ya sabes que a mí las camisas me
quedan fatal.
—Manolo… Hace tres años que nos divorciamos, tienes que salir de
mi vida, tienes que dejarme en paz.
—Subo un momento al terrado a recoger el garfio. ¿Me puedes hacer
un café mientras?
Cuando bajo, ya tengo un café humeante esperando en la mesa baja del
salón. Ella se ha sentado en un sillón y sostiene una taza de hierbas, té o
cualquier mierda de esas. Me pongo cómodo y la miro a los ojos. Realmente tiene
mal aspecto.
—Manolo, no podemos seguir así, ya no puedo más —insiste—. Tengo
los nervios destrozados. Para poder dormir he de tomarme un montón de
medicamentos, parezco una zombi. Te lo pido por favor… sigue con tu vida y
déjame en paz.
—Si puedo ayudarte en algo, no tienes más que decirlo. Sabes que haría
cualquier cosa por ti.
—No quiero nada de ti, quiero que desaparezcas de mi vida —suplica
mientras se le escapa una lagrimita.
—¿Me haces una pajilla? —digo para ver si la animo—. Hace una
semana que no tengo sexo…
—¿No me estás escuchando? No quiero hacerte pajillas, ni que me
traigas tu ropa sucia, ni que saquees mi nevera. Estoy harta Manolo, harta…
—Si me haces una paja, te dejo tranquila una semana. Te lo prometo.
—Mientras hablo voy desabrochando y quitándome los pantalones, sé que habrá
trato, siempre lo hay.
—¿Me lo prometes? Una semana entera, sin llamadas, sin visitas,
sin nada… Como si no existieras.
Te lo prometo —digo mientras agarro su mano para ponerla sobre mi
pene que está necesitado de caricias.
Me gusta la forma en que me masturba lentamente, como sin ganas,
eso hace que los movimientos sean más dulces, más sensuales. Con una mano
acaricio un pecho entrando por el escote de la bata. Ella intenta apartarme la
mano.
—Si me dejas que te acaricie, acabaré antes, ya lo sabes.
Ella cede, deja que mis dedos estiren de su pezón, que manoseen a
su antojo esas dos preciosas tetas. Hoy no reacciona como otras veces, los
pezones siguen flácidos. A veces cuando está nerviosa le pasa.
—Chúpamela un poquito… —imploro.
—No, ese no era el trato —responde firme.
—Una semana y media.
—¿Cumplirás?
—Palabra.
Se arrodilla entre mis piernas, y siento el primer lametazo en el
escroto. Sus manos acarician mis muslos. Sus pechos rozan mis rodillas. Sube
con la lengua por la base del pene hasta llegar al prepucio, donde se recrea
jugueteando con la puntita de la lengua. Cuando parece que no puede existir
nada más placentero, abraza con los labios el glande y baja hasta llegar a los
testículos, rozo su garganta con la punta. Sale para decirme algo:
—No te corras dentro —dice seria.
—Tranquila, yo te aviso —digo mientras atrayendo su cabeza con mis
manos la penetro hasta el fondo.
La libero y la dejo trabajar. Lo hace de miedo, es muy buena.
Cuando siento que ya no puedo más, busco su nuca con mis manos. La aprieto
sobre mí y descargo el abundante esperma directamente en su garganta, ella
quiere salir, pero no la dejo hasta que la última ráfaga ha acabado.
—Afhgahfgg Te dije que no te corrieras dentro —dice airada mientras
un hilillo de semen sale de la comisura de su boca y serpentea hasta la
barbilla.
—Perdona, se me pasó.
Frente al congelador, babeo de placer, ha hecho canelones, me
encantan. Meto dos enormes bandejas en mi bolsa y veo que también hay
macarrones, mejor que se hagan compañía, se vienen conmigo también. Ohhh,
croquetas caseras, y pollo empanado y… Abro la bolsa de deporte donde traía la
ropa sucia y vuelco los cajones directamente en ella. Así acabaré antes.
—Me llevo algunas cosillas de la nevera —digo al salir de la
cocina.
—Déjame algo… —dice resignada.
—Si apenas me llevo nada —digo intentando que no se note el peso
de la gigante bolsa de deporte que está llena—. ¿Qué tal con el nuevo? Parece
muy finolis ¿No? —pregunto a ver si le saco algo.
—Es abogado, y una persona seria. No te metas con…
—Mira, otro día me lo cuentas —interrumpo bruscamente—. No
quisiera inmiscuirme en tu vida. Ahora tengo un poco de prisa, me voy antes de
que se me descongele la comida.
—Me has prometido una semana y media, recuérdalo —implora.
—¿Acaso te he mentido alguna vez? —Nada más decir la frase me
arrepiento. Su mirada me lo confirma—. Bueno… tampoco hay que bucear en la
historia antigua… —Intento arreglarlo sin éxito.
—Por favor…
—En una semana y media no sabrás nada de mí —digo de la forma más
convincente que puedo mientras me voy con mis cosas.
Al salir no puedo creer en mi suerte, las llaves de la casa están
sobre el pequeño mueble del recibidor, conozco su llavero con la mariposa de
colores. Al pasar junto a ellas las meto en el bolsillo. Ahora he de buscar
algún sitio donde me puedan hacer copias. Sonrío ante este golpe de suerte. En
menos de media hora he vuelto con un duplicado de todo. Ahora tengo que devolver
las llaves a su sitio para que no sospeche. Vuelvo a llamar al timbre.
—Manolo… —susurra de forma lastimera al verme—. Si te acabas de ir…
—Es un momento, se me ha olvidado llevarme la salsa barbacoa para el pollo. —Mientras
hablo corro rápidamente hacia la cocina donde agarro el primer bote de salsa
que veo. Al salir, vuelvo a dejar las llaves donde estaban. Soy un genio, ella
no se ha enterado de nada.
—Pero… —Intenta protestar.
—Lo siento, tengo prisa. Se me va a estropear la comida, otro día
me cuentas lo de tu médico —digo mientras le doy un beso en la mejilla.
—Es abogado —responde molesta cuando ya tengo la puerta abierta.
—Bueno, pues eso. ¡Qué más da! Esos que se visten con trajes son
todos iguales ¿No? Venga, cuídate.
Vuelvo a casa cargado, el tobillo me molesta algo, pero es
soportable. Lo que realmente me preocupa es la promesa que le he hecho a mi ex.
Por una vez, me gustaría no engañarla. Se merece encontrar una persona buena y
ser feliz. Debería de averiguar más cosas sobre ese abogado, tenía aspecto de
buena persona.
Han pasado cinco días. Estoy cumpliendo mi promesa, ni la he
llamado ni molestado. Me siento orgulloso de mí mismo aunque el dolor de huevos
ya molesta. La comida se me está acabando. Decido bajar a la tienda del barrio
para rellenar el congelador. Cuando estoy frente a las neveras de los
congelados, veo por el espejo a una de las dependientas colocando latas. La
falda corta deja entrever unas bonitas piernas. En ese momento me sobresaltan
unos gritos. Maldita sea mi suerte, están atracando al cajero. Instintivamente
me agacho y me pego a la estantería junto a la dependienta. Nos miramos
asustados.
Quizás debería de hacer algo… El empleado se resiste, lo están golpeando.
No puedo quedarme quieto. Alargo la mano y la paso entre las piernas de la
empleada, ella está a mi lado sentada en cuclillas. Reacciona mal, pero no puede
hacer nada si no quiere que nos descubran, estamos rodeados de latas en precario equilibro. Así que sigo
explorando su entrepierna, rasgo las medias con las uñas. Mi dedo esquiva el
hilo del tanga y encuentra su vagina. La penetro con el dedo, no está húmeda y
no es agradable, aunque es estrechito. Le palpo los pechos y me sorprendo, son
duros y pequeños con pezones como perlas. Aprovecho para masturbarme mientras
le sobo las tetas. Me corro rápido y me limpio con su falda, ella me mira indignada
y enfadada, no ha debido de gustarle que
la manche. Cuando el follón se acaba, nos encontramos al dependiente magullado
y con sangre. Le han dado de lo lindo hasta que les ha entregado la
recaudación. Aprovecho el jaleo y me voy con la cesta de la compra sin pagar. No creo que la dependienta se acuerde de mí, pero por si acaso, estaré unos
días sin aparecer por esa tienda. Y para no arriesgar, me cambiaré de lado la
raya del pelo.
Mientras camino para casa me maldigo por lo bruto que soy.
Estábamos rodeados de botes con cosas
suaves, debí de haber usado mayonesa o kétchup para que el dedo se deslizara
mejor. Pero ya no puedo hacer nada, y no creo que se vuelva a repetir la escena
otra vez.
Tengo un día tontorrón, estoy nostálgico. He limpiado con esmero
el garfio y la cuerda. Eso me ha hecho recordar los grandes momentos vividos
junto a ellos. Melancolía es la palabra, echo de menos a mi ex. Cuando llega la
noche, no puedo aguantar más, necesito saber que está haciendo. Será sólo un
vistazo. Ella no tiene por qué enterarse, eso no es romper la promesa que hice. Me visto de negro y me
dispongo a salir. No sé qué hacer con la gorra… Parece que algo tan blanco
llama la atención, pero siempre me ha traído suerte. Está claro que soy un sentimental. De pronto
tengo una idea brillante, no tengo por qué llevarla puesta, la llevaré en el
bolsillo.
Frente a la casa de mi ex, juego con el llavero. La calle está
desierta. Las farolas siguen fundidas. Respiró hondo e introduzco la llave en
la cerradura, gira sin rechistar de forma suave. Cierro la puerta tras de mí
cuidadosamente. Vaya mierda de servicio municipal, si hubieran arreglado las
farolas, ahora tendría una luz suave para poder moverme con comodidad. Mañana
mandaré una carta quejándome, no pueden tardar una semana en cambiar
unas bombillas, es algo inadmisible.
Mientras subo las escaleras para ir al dormitorio, me prometo que
sólo será un momento, sólo los miraré, y después me iré de putas. Hoy no puedo
molestarla, se lo prometí. Subo a tientas, no quiero encender la linterna. He
llegado hasta el dormitorio sin hacer el menor ruido. Ahora si que necesito
encender alguna luz. Pego la linterna en
la palma de la mano y la enciendo. La separo lentamente hasta que una luz
difusa me permite reconocer la habitación. Están los dos tumbados boca arriba sobre
la cama, ella lleva un tanga minúsculo y él un slip. Los dos llevan antifaces y
tapones para los oídos. Deben de tener problemas para dormir.
Mi ex debe de estar hasta las orejas de pastillas, apago la
linterna y me acerco para darle un beso de despedida. Al hacerlo siento una tremenda
erección, sus labios son cálidos. Poso la mano sobre su pecho y lo noto tibio.
Acaricio su cuello, aún la quiero. Necesito sentirla. Me desnudo totalmente y
me tumbo encima de ella con mucho cuidado. Es como haber llegado al paraíso. La
oscuridad es total, no veo nada, pero conozco hasta la última peca del cuerpo
de mi ex. Le flexiono levemente las rodillas y la penetro con cariño para
quedarme dentro un buen rato. Me muevo con mucho cuidado, ella se va humedeciendo lentamente, no tengo prisa. Es
algo maravilloso sentir su calor y su olor después de tanto tiempo. Tengo la
mejor corrida de mi vida, ella no se ha enterado de nada. Me quedo ahí,
saboreando el momento. Si supiera cuanto
la quiero, no me habría abandonado. Pero nunca he sabido transmitir mis
sentimientos. Le coloco el tanga en su
sitio y me voy como he venido, sin hacer ruido.
Ya ha pasado la semana y media, son las dos de la madrugada. Llamo por teléfono a casa de mi ex. Contesta
una voz de hombre. Cuelgo. Lo repito tres o cuatro veces. Al día siguiente a
primera hora ya estoy en el bar de Paco haciendo tiempo. Cuando el amante se
va, llamo a la puerta.
—Te dije que no te molestaría en una semana y media, y he cumplido
—digo mientras la sigo hasta el salón.
—Gracias Manolo, que bueno eres. —Creo que hay algo de ironía en
su tono de voz, pero no puedo estar seguro.
—Te he traído algo de ropa…
—Manolo…
—Si me dejas darte por culo, no te molesto en un mes. Te lo
prometo.
—¿Un mes entero?
erostres.
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